domingo, septiembre 16

3º de Sec. Trab 8


Lee el siguiente cuento


Dominó

(Cecilia Pisos)


¿Y si voy corriendo? No, mejor a caballo. Si voy corriendo, pareceré un simple mensajero entre dos reinos. En cambio, si voy a caballo, una, voy a transpirar menos, y dos, que será más probable que me llamen "caballero", como a mí me gusta.
Ahora que ya estoy montado, ¿cruzo o no cruzo el puente? Si cruzo el Puente de la Mala Suerte, llego hasta la torre de la princesa pero me pego la mala suerte seguro. Si no lo cruzo, me quedo aquí tranquilito comiendo mi pan con queso pero de la princesa, no veo ni un rulo.
Y bueno, me arriesgo, cruzo. ¡Ay, mamita! ¡Qué miedo! Si pierdo el equilibrio, me caigo del caballo y me raspo las rodillas con las Filosas Piedras del Fondo. Si no lo pierdo, dicen que el puente se hace más corto a partir de la mitad.
A ver, a ver, no lo pierdo nada el equilibrio, porque yo, cuidadoso soy. Listo. Sano y salvo del otro lado. ¿Ahora qué sigue?
Uy, el camino se divide en dos. ¿Por dónde voy? A la derecha dice: "Sendero Oscuro" y a la izquierda, "Desfiladero de la Desdicha". ¡Guau! Tengo que sentarme a pensar. ¿Me siento en esa roca o en la rama de este árbol? Si me siento en la roca, me voy a mantener despierto y seguro tendré las ideas bien claras. Si me siento en la rama tal vez me entretenga con el canto de algún pajarito o quizás me adormezca, apoyado en las hojas verdes. Y entonces tendré unos pensamientos lentos y retorcidos como las enredaderas, que dan vueltas y vueltas y nunca sacan nada en limpio.
A la roca. ¡Auch! Está un poco dura, por cierto. Y bien, ¿dónde estábamos? Ah, sí. Que el Sendero Oscuro o el Desfiladero de la Desdicha. En el Sendero Oscuro andaré a ciegas, puede llegar a haber un pozo y como no lo voy a ver, caeré de lleno en él. Habrá fieras salvajes de las que sólo me enteraría por el brillo de sus ojos... Alguien, un monstruo horrible de diez cabezas, quizás, también podría seguirme y yo ni cuenta darme... En cambio, por el Desfiladero de las Desdichas, el aire es tan transparente que me lastimaré los ojos y entonces lloraré, las lágrimas empaparán mi capa y llegaré hecho un completo desastre ante la princesa. Es claro, por el Bosque Oscuro. Andando.
¡Aaaaaagggggg! ¡Pum! ¡El pozo que me imaginaba! ¿Qué hago? O tejo unas escaleritas de raíz con mucho esmero y mi daga o le chiflo al fiel Bustamante y le tiro una soga para que me remonte hasta arriba. Con lo de la escalerita, voy a tardar demasiado, mejor chiflo: ¡¡¡¡¡fuiiiiiiiiii!!!!!
¿Responderá Bustamante o vendrá algún ogro maléfico que atraído por mi chiflido observará cómo he caído en desgracia, o mejor dicho en el pozo? Si viene Bustamante, enseguida salgo porque es un caballo muy inteligente y me adora. Pero si viene el ogro, mejor que me tape la cara con la capa para que no me reconozca por el chiflido.
¡Ay, la cabezota del ogro! Ya metió la mano el muy tunante y sus dedotes rascan la tierra buscándome... me está sacandoooooooo... ¡afueraaaaaa! Siento el aliento de su bocota y veo su baba caer por el costado como una catarata. Me acerca a sus dientes. No debo dejar que me coma. Si me traga, adiós, mundo cruel, terminaré en la letrina de su mugroso castillo. Si consigo escaparme, me voy a dar un flor de chichón al tirarme desde tan arriba al piso. Preferible el chichón.
Pero, ¿cómo logro que me suelte: le hago cosquillitas con la pluma de mi sombrero o lo pellizco? Si lo pellizco, se va a enfurecer y tal vez apriete más su mano o me clave antes su espantoso y único diente. Mejor, las cosquillitas, que, si no me suelta, por lo menos lo voy a poner de buen humor. Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja... ya está. En el piso otra vez y ¡fuera del pozo! Ahora sí, le chiflo a Bustamante, allá viene. ¡En marcha!
Ah, ¡qué bueno es cabalgar
por el mundo a todo dar,
entonando esta canción,
sin pensar y sin dudar!
¿Qué es ese fuego, allá, por donde sigue el camino? ¿Pasaré, pasaré o me quemaré? Oh, ya veo: es el Dragón de las Siete Llamas, con una te chamusca, con las otras seis, te asa.
Ahora debo decidir: o le hago sacar sus alas a Bustamante y pasamos volando entre el humito o me pongo a excavar ya mismo un túnel. Si le inflo las alas a Bustamante, lo más seguro es que pasemos inadvertidos, mezclados en algún enjambre de pegasos o tal vez, el dragón nos vea y nos pegue el manotazo. O mejor, dicho, el garratazo. Si cavo, puede ser que lleguemos convenientemente a las mazmorras del castillo de la princesa. Pero también puede que, entre tantas raíces retorcidas, equivoquemos el camino y aparezcamos del otro lado del mundo. Y muy lejos de la princesa, por cierto. Mejor, volamos, ¿no, mi caballito? ¡Hacia allá! ¡Aleteando sin parar!
¡Ya está! Pasamos entre sus garras ardientes y ni nos vio. Son un poco tontines los dragones, creo.
¡Ahora, sí! Ya veo cómo tocan el horizonte las torres del castillo de la hermosa princesa... ¿Estará en su pieza o en la azotea? Porque si está en la azotea, puedo aterrizar directamente con Bustamante y ahí mismo arrodillarme y declararle mi amor, sin que ningún guardia lo note. Pero si está en su pieza, voy a tener que conseguir una escalera para asomarme a la ventana, no hay dudas. A ver, mi caballito, planeemos bien cerca del castillo, así puedo ver dónde se encuentra.
En la pieza, sonamos. A buscar la escalera.
Por suerte estaba esta apoyada en la muralla, debe ser la que usan en este reino para treparse y matar a flechazos a los enemigos. Quedate aquí, Bustamante, los dos no podemos subir.
Ah, me mareo, ya sabía yo que el vértigo me iba a arruinar la carrera de príncipe. ¿Y si no subo nada? ¿Y si le grito desde aquí? Si le grito, capaz que me escucha el padre y me tira encima los guardias o los cocodrilos del foso. Y si me quedo callado, desde aquí abajo no me va a ver y a lo mejor, me descubre el capitán, si se pone a ordenar las cosas de las batallas y busca la escalera. Mejor sigo subiendo, despacito, escalón por escalón y sin mirar para abajo.
Así, así, muy bien... Ya casi estoy... me arreglo el sombrerito, las calzas, las hebillas de los zapatos y la llamo: ¡Princesa! Ahí sale. ¿Y ahora qué hago: me declaro de a poquito, le voy, así, preguntando por el tiempo y después hablamos de cómo le va en la escuela y qué figuritas colecciona y al final, le digo? ¿O mejor la agarro de repente y no la dejo pensar, así me dice que sí y no lo duda?
La agarro de repente, a ver:
—Adoradísima dama de mis sueños, excelentísima princesa de mi corazón: he pasado todos los desafíos que me salieron al encuentro, me perdí en los caminos, me sometí a los peligros de la oscuridad, al fétido aliento de un ogro, a la garra calcinante de un dragón, a las alturas más vertiginosas sin un asomo de duda porque yo, oh, princesa, te amo. Ahora decime, ¿quieres casarte conmigo: sí o no?
—No.
—Pero... pero... ¿"No" así nomás, de golpe o ya lo tenías pensado de antes?
—No.
—¿No qué: no de golpe o no de antes?
—No.
—¿Definitivo o provisorio? ¡Princesa! No, no huyáis. ¡No me abandonéis! ¡Princesa! ¿Princesa? ¿Qué hago acá parado? ¿Me bajo o espero?. Mejor bajo.
Vámonos, Bustamante, vámonos a casa a jugar al dominó. El que saca doble seis, empieza. Esperá un poquito, ahora que lo recuerdo... ¿dónde me dejé la caja del juego? ¿Estará en la mesa del jardín o en el cajón de los juguetes?


Una vez leído este maravilloso cuento, recuerda los objetos presentes. ESCOGE UNO DE ELLOS Y RECUERDA LA FUNCIÓN QUE ÉSTE CUMPLE EN LA HISTORIA. Una vez escogido, traslada este objeto a otro lugar, el cine, la casa, la familia, la calle, el parque, el colegio, un programa de televisión, etc…. Pero con la condición que cumpla con la misma función que del cuento, escribe tus ideas en una historia de 20 líneas

3º de sec. Trab 7


La biografía del personaje


Lee el siguiente cuento y escoge un persona del cual deberás escribir si biografía. Recuerda recrear varios momentos de su vida, como si tú lo conocieras. A escribir...



LA BOCINA




Escuchó un ruido, y sabía perfectamente que no habría nada de extraño ni sobrenatural en la casa. Pero aquella noche estaba especialmente susceptible. Todo a causa del susto que antes de entrar a su casa se llevase: un camión de basuras hizo tronar su bocina avisándolo de su descuido, el mismo que casi provoca su atropello junto a un contenedor. Una bocina que sonase demasiado alta había inquietado sus nervios, había crispado su sensibilidad, había estimulado su capacidad de alerta, al igual que la de fabular sin pretensión, sin sometimiento a la voluntad de no hacerlo. Entró al dormitorio y colgó el traje en la puerta del armario empotrado, entreabierta, vistiéndose luego con una bata de paño grueso. Quiso tranquilizarse, necesitaba hacerlo, serenar su espíritu inquieto y asustado; por ello se sentó en el borde de la cama, donde se dio cuenta de la ingente cantidad de imágenes que se sucedían en su imaginación disparatada: una mano que le tomase los tobillos por debajo de la cama, un susurro incomprensible junto a su oído, alguien desconocido oculto en el armario, una puerta que se abre en otra parte de la casa, la luz de la lámpara que dejase de funcionar sin motivo…
Tras encender todas las bombillas del dormitorio, conectó el transistor de la mesilla de noche, pensando que la voz del locutor que amablemente describía un producto cualquiera le facilitaría la desconexión con las visiones que no quería tener. No se atrevía a salir de aquella habitación, olvidó su creciente apetito y hasta sus deseos de sentir el agua de la ducha en su cuerpo cansado. Pero la voz del locutor podía ocultar otros sonidos que la advirtiesen de la presencia de a saber qué alimañas que podían estar acompañándola, sentadas junto a ella en la misma cama, mirándolas a la cara a tan sólo un palmo de su rostro, ahí presentes sin que fuese ella capaz de advertirlas, a unos centímetros de su rostro preocupado por sus disparatadas imaginaciones. Desconectó el transistor convencida de estar escuchando realmente una respiración agitada, inquieta, desesperada. Pese a que quiso y hasta lo forzó, no pudo reírse al ver que era la suya propia, su respiración frenética y desquiciada. Su carcajada sonó extraña, incomodada, absolutamente falsa en la soledad y el silencio del dormitorio. Se imaginó recorriendo la casa, registrándolo todo, buscando no sabía el qué, que de aparecer realmente de improviso la destrozaría de puro susto.
Decidió respirar profundamente para calmarse, y sus dedos rozaron un saliente de la colcha que confundió con otros dedos engarrotados, o con la boca abierta de un espectro maloliente, o de un desagradable cadáver descompuesto que la mirada sin ojos vivos. No supo porqué ahora se asustada de lo que jamás había temido: monstruos del más allá, muertos que andaban, fantasmas que sabía no existían. Por eso se puso en pie, y pese al terrible escalofrío que atravesó su nuca y recorrió impudoroso su espalda advirtiéndola de su decisión, salió al pasillo de la vivienda y llegó hasta el baño. Cerró la puerta tras de sí, y dedicó sabiamente unos minutos más, tensos y eternos, a tranquilizarse, sorprendida al observarse la expresión alarmada de su rostro reflejada en el pulcro espejo. Y así se sucedían las cosas de verdad: su imaginación despierta reflejaba hipotéticos mundos de terror en la superficie de un espejo mental, y ella observaba el material, y lo creía. Era por ello que debía obviar aquella situación sin sentido; quiso salir del baño, y sucedió que se quedó estática ante su puerta, petrificada por un instante imperecedero al descubrir apagada la luz del dormitorio. No estaba segura, pero tuvo que afirmarse en la creencia de ser ella la autora de la desconexión de la corriente eléctrica al salir del dormitorio. Respiró profundamente una vez más, y avanzó por el estrecho pasillo amarillento, adentrándose en la oscuridad que progresivamente la iba digiriendo, hasta rozar el marco, ahora áspero, de la pulida puerta del dormitorio, donde venciendo visiones fantasmagóricas y alarmantemente desenfrenadas, deslizó su mano derecha hacia el lugar del interruptor. La torpeza producida por la excitación la condujo a perderlo, a no hallarlo situado en el lugar habitual, un absurdo que se metamorfoseó inmediatamente en horror erizado, erosivo, explosivo: en la calle, el camión de basuras hizo gritar otra vez su pérfida bocina, cuyo sonido erupcionó exactamente como lo hizo el pavor en su cuerpo espantado; flaquearon sus rodillas, y entonces se doblaron para precipitarla asustada al suelo. Si había sentido el hormigueo del miedo, la caricia helada del desasosiego rugiente, aún le quedaba descubrir el golpe inolvidable del terror presentado en su esencia: sin duda, aun incluso reconociendo el tacto de la tela que sintió sobre sí, la imagen abrasiva que recreó su mente fue el atropello mortal que nunca se produciría al entrar en su casa, y así sintió el deslumbrante golpe contra la carrocería del vehículo, vio el destello de un poderoso faro delantero y hasta olió la goma del neumático desprendida de la forzada frenada, todo cuando el traje que colgara en la puerta del armario se desprendió sobre ella.

4º de sec. Trab. 8


La biografía de mi personaje

Lee el siguiente cuento, elige un personaje y escribe su biografía. Este es un ejercicio de ingenio y mucha creatividad. Recrea en tu mente, ¿Cómo puede ser ese personaje en "vivo y directo"?




UNA GALLINA

(Clarice Lispector)

Era una gallina de domingo. Todavía vivía porque no pasaba de las nueve de la mañana. Parecía calma. Desde el sábado se había encogido en un rincón de la cocina. No miraba a nadie, nadie la miraba a ella. Aun cuando la eligieron, palpando su intimidad con indiferencia, no supieron decir si era gorda o flaca. Nunca se adivinaría en ella un anhelo.
Por eso fue una sorpresa cuando la vieron abrir las alas de vuelo corto, hinchar el pecho y, en dos o tres intentos, alcanzar el muro de la terraza. Todavía vaciló un instante -el tiempo para que la cocinera diera un grito- y en breve estaba en la terraza del vecino, de donde, en otro vuelo desordenado, alcanzó un tejado. Allí quedó como un adorno mal colocado, dudando ora en uno, ora en otro pie. La familia fue llamada con urgencia y consternada vio el almuerzo junto a una chimenea. El dueño de la casa, recordando la doble necesidad de hacer esporádicamente algún deporte y almorzar, vistió radiante un traje de baño y decidió seguir el itinerario de la gallina: con saltos cautelosos alcanzó el tejado donde ésta, vacilante y trémula, escogía con premura otro rumbo. La persecución se tornó más intensa. De tejado en tejado recorrió más de una manzana de la calle. Poca afecta a una lucha más salvaje por la vida, la gallina debía decidir por sí misma los caminos a tomar, sin ningún auxilio de su raza. El muchacho, sin embargo, era un cazador adormecido. Y por ínfima que fuese la presa había sonado para él el grito de conquista.
Sola en el mundo, sin padre ni madre, ella corría, respiraba agitada, muda, concentrada. A veces, en la fuga, sobrevolaba ansiosa un mundo de tejados y mientras el chico trepaba a otros dificultosamente, ella tenía tiempo de recuperarse por un momento. ¡Y entonces parecía tan libre!
Estúpida, tímida y libre. No victoriosa como sería un gallo en fuga. ¿Qué es lo que había en sus vísceras para hacer de ella un ser? La gallina es un ser. Aunque es cierto que no se podría contar con ella para nada. Ni ella misma contaba consigo, de la manera en que el gallo cree en su cresta. Su única ventaja era que había tantas gallinas, que aunque muriera una surgiría en ese mismo instante otra tan igual como si fuese ella misma.
Finalmente, una de las veces que se detuvo para gozar su fuga, el muchacho la alcanzó. Entre gritos y plumas fue apresada. Y enseguida cargada en triunfo por un ala a través de las tejas, y depositada en el piso de la cocina con cierta violencia. Todavía atontada, se sacudió un poco, entre cacareos roncos e indecisos.
Fue entonces cuando sucedió. De puros nervios la gallina puso un huevo. Sorprendida, exhausta. Quizás fue prematuro. Pero después que naciera a la maternidad parecía una vieja madre acostumbrada a ella. Sentada sobre el huevo, respiraba mientras abría y cerraba los ojos. Su corazón tan pequeño en un plato, ahora elevaba y bajaba las plumas, llenando de tibieza aquello que nunca podría ser un huevo. Solamente la niña estaba cerca y observaba todo, aterrorizada. Apenas consiguió desprenderse del acontecimiento, se despegó del suelo y escapó a los gritos:
-¡Mamá, mamá, no mates a la gallina, puso un huevo!, ¡ella quiere nuestro bien!
Todos corrieron de nuevo a la cocina y enmudecidos rodearon a la joven parturienta. Entibiando a su hijo, ella no estaba ni suave ni arisca, ni alegre ni triste, no era nada, solamente una gallina. Lo que no sugería ningún sentimiento especial. El padre, la madre, la hija, hacía ya bastante tiempo que la miraban sin experimentar ningún sentimiento determinado. Nunca nadie acarició la cabeza de la gallina. El padre, por fin, decidió con cierta brusquedad:
-¡Si mandas matar a esta gallina, nunca más volveré a comer gallina en mi vida!
-¡Y yo tampoco -juró la niña con ardor.
La madre, cansada, se encogió de hombros.
Inconsciente de la vida que le fue entregada, la gallina empezó a vivir con la familia. La niña, de regreso del colegio, arrojaba el portafolios lejos sin interrumpir sus carreras hacia la cocina. El padre todavía recordaba de vez en cuando: ¡"Y pensar que yo la obligué a correr en ese estado!" La gallina se transformó en la dueña de la casa. Todos, menos ella, lo sabían. Continuó su existencia entre la cocina y los muros de la casa, usando de sus dos capacidades: la apatía y el sobresalto.
Pero cuando todos estaban quietos en la casa y parecían haberla olvidado, se llenaba de un pequeño valor, restos de la gran fuga, y circulaba por los ladrillos, levantando el cuerpo por detrás de la cabeza pausadamente, como en un campo, aunque la pequeña cabeza la traicionara: moviéndose ya rápida y vibrátil, con el viejo susto de su especie mecanizado.
Una que otra vez, al final más raramente, la gallina recordaba que se había recortado contra el aire al borde del tejado, pronta a renunciar. En esos momentos llenaba los pulmones con el aire impuro de la cocina y, si se les hubiese dado cantar a las hembras, ella, si bien no cantaría, cuando menos quedaría más contenta. Aunque ni siquiera en esos instantes la expresión de su vacía cabeza se alteraba. En la fuga, en el descanso, cuando dio a luz, o mordisqueando maíz, la suya continuaba siendo una cabeza de gallina, la misma que fuera desdeñada en los comienzos de los siglos.
Hasta que un día la mataron, se la comieron y pasaron los años.